Por Ricardo López Göttig
Introducción
En el extenso período de la historia japonesa conocido por el shogunato, podemos distinguir tres períodos claros: el Kamakura (1185-1333), el Ashikaga (1338-1573), un tiempo de enfrentamientos entre los diferentes clanes hasta el período Tokugawa (1600-1867) [1]. El propósito de este trabajo es explorar los conceptos fundantes de la arquitectura en este largo período de la historia del archipiélago nipón, buscando sus cambios y continuidades, así como la introducción de elementos culturales provenientes de China y Corea.
Kamakura
El período Kamakura fue de gran intensidad en la construcción de nuevos edificios en la capital, con matices que denotaban los cambios profundos que se estaban viviendo en este período, en el que arribaron influencias de la China de los Sung, así como también por la llegada del budismo Chan o Zen. Hubo también innovaciones en los métodos de diseño, como la utilización de la raíz cuadrada para el trazado de las curvas de los techos y su enmarcado [2]. De acuerdo a William Coaldrake, en el período Kamakura es posible advertir los rasgos del contenido militar de las nuevas autoridades que se impusieron en el régimen del shogunato [3]. Lamentablemente, y al igual que ocurrió precedentemente con Heian, muy poco es lo que ha quedado en Kamakura de su arquitectura, ya que fue incendiada por el clan Ashikaga al tomar el poder. Siendo la sede del Shogun y no del emperador, no quiso rivalizar con éste aun cuando podría haberlo hecho, por lo que su arquitectura no fue ambiciosa. Por otro lado, quizás no desearon dedicar mayores esfuerzos a la construcción de grandes edificios sabiendo la facilidad con la que podían ser destruidos. Por consiguiente, no hubo una expresión de autoridad explícita en el desarrollo arquitectónico hasta fines del período.
Fue a partir de los años en torno al 1250 en adelante que se preocuparon por la arquitectura en Kamakura. La única excepción en la primera parte del siglo fue el Gran Buda de Kamakura que se inició en el 1238 y fue concluido en 1252. Pero el cambio en el desarrollo arquitectónico está emparentado con el creciente poder del shogunato al impedir el intento del antiguo emperador Go Toba de restablecer el poder y la derrota de los mongoles en 1266 y 1281. El fracaso de la invasión de Kublai Khan llevó al shogunato a la creación de importantes monumentos religiosos y cívicos para reforzar la nueva concepción que de sí misma tenía la autoridad militar [4].
El templo de Shofukuji, en las afueras de Kamakura, es una buena expresión de la arquitectura del período y que sobrevivió hasta ahora. Fue fundado c. 1270. Desde el exterior parecería ser un edificio de dos pisos, pero el interior es abierto, que crece con series de soportes voladizos hasta el cielorraso liso. Junto a las estructuras de madera, las puertas y marcos de las ventanas curvadas, es una muestra clara y precisa de la influencia de la cultura china de entonces [5]. El edificio junto al templo es más trabajado, ya que se prestó atención a cada uno de los detalles, yendo más allá de lo que habían recibido de la arquitectura china, con el propósito de deleitar al ojo humano y de elevar el espíritu. Este tipo de templos Zen y también los de la Tierra Pura fueron construidos en regiones remotas durante el período Kamakura para esparcir los nuevos conceptos arquitectónicos, así como para demostrar la presencia y patrocinio del shogunato.
Castillos
Otro elemento característico de los tiempos del shogunato fue el castillo. En principio nació como simple fortaleza defensiva, pero luego se fue transformando también en símbolo del poder y riqueza. En este sentido, el primero de los castillos construido para realzar la figura de su señor fue el de Azuchi, del señor Nobunaga, entre 1576 y 1579 en el período de guerras. La fortaleza se ubicaba en la cima de una montaña, pero el palacio se hallaba al pie de la misma, con el evidente propósito de crear una corte acorde a sus ambiciones de expansión en el archipiélago [6].
Durante el extenso período de guerras del siglo XVI, los castillos variaron en su funcionalidad. Como se afirmó precedentemente, antes eran simples fortalezas para tiempos de guerra, pero que resultaban inhabitables durante mucho tiempo. Pero los prolongados enfrentamientos y el deseo de demostrar poder político y militar, llevaron a que estos castillos fuesen también residencias. Los techos tenían azulejos de terracota, paredes interiores de madera, paredes exteriores de piedra eran las innovaciones que se introdujeron en este período. De acuerdo a las descripciones que nos llegaron –la fortaleza fue destruida y sólo quedan los cimientos-, las paredes de piedra tenían 22 metros de altura, y en su interior había siete pisos. Su altura era de unos 46 metros. En el interior había una cámara de audiencias (hiroma), varias salas de espera y dos pisos con habitaciones para Nobunaga. El propósito del castillo de Azuchi era mostrar a Nobunaga como un intermediario entre el cielo y la tierra, de allí la magnificencia de la fortaleza y su ubicación, a fin de proyectar su ambición política vinculándola con la simbología religiosa. En las cámaras interiores, había decoraciones de dragones y tigres en lucha, y también evocaciones a relatos del Shinto y de los sabios confucianos; en otras, había retratos de la vida cotidiana y de la naturaleza, creando un ambiente más relajado.
El castillo de Himeji, por otro lado, aún es conservado y es expresión de la era Tokugawa, iniciada tras el período de guerra civil del siglo XVI. Se construyó entre los años 1601 y 1613. De una altura similar a la de Azuchi, demoró muchos años en su construcción por la complejidad del sistema, que incluía un laberinto defensivo. Para evitar su destrucción en terremotos, tenía un largo pilar en el centro conocido como shinbashira. También este castillo tenía como uno de sus objetivos la proyección de la autoridad, y cabe remarcar que fue erigido después de la guerra, con lo que su propósito era demostrar la consolidación de los nuevos señores triunfantes en la batalla de Sekigahara, en 1600. En esta línea se inscribe el castillo de Edo, en el corazón de la capital de los shogunes y que superaba en altura a los anteriores, pero que fue destruido por el fuego en 1657 con gran parte de la ciudad.
No obstante, se estima que es el castillo de Nijo, en la ciudad de Kyoto, el que mejor expresa la arquitectura del período Tokugawa, al que sería más preciso denominar palacio fortificado. Es un complejo de palacios y edificios administrativos, cada uno protegido por murallas y fosos [7]. En este complejo palaciego es posible advertir la influencia del pensamiento neoconfuciano y por ello hay rasgos que permiten descubrir cómo el shogunato quería transmitir su autoridad de modos sutiles que, para los ojos del buen observador, se traducían en códigos del poder. El orden político era parte del orden cósmico, y por consiguiente debía existir una armonía entre lo visible y lo invisible. El poder político debía influir, sugerir e intimidar. El énfasis dejó de ser vertical –tal como hemos visto en los castillos antes mencionados- y ahora el eje pasa a ser horizontal, con palacios de una sola planta. Por ello, las salas debían inducir a la obediencia del daimyo al shogun, provocando un fortísimo impacto psicológico en el vasallo. De hecho, parte de este complejo fue construido para recibir la visita del emperador Go Mizunoo en 1626, cuya residencia era cercana. Para su visita de cinco días se construyó un palacio, un lago artificial y estaba rodeado de jardines.
El emperador visitaba a su cuñado Iemitsu, tercer shogun del clan Tokugawa en la gran sala de audiencias del palacio Nimomaru. Las paredes y puertas corredizas se habían decorado con pinturas deslumbrantes de pinos, que reproducían los pinos de los jardines adyacentes al palacio, cuyo autor fue Kano Tanyu (1602-1674). No sólo esta sala estaba decorada con estos motivos, sino las restantes cuatro también, lo que era una rareza en la época. Interior y exterior interactuaban y, en este sentido, Kano Tanyu trabajó junto al diseñador Kobori Enshu para que hubiera armonía entre ambas partes. El mensaje era político: tanto en China como en Japón, el pino simbolizaba la longevidad; también en el Shinto eran considerados kami y se los relacionaba con lugares sagrados. Quien supiera decodificar este mensaje, sabía interpretar que lo que se buscaba comunicar era la alianza eterna y sagrada entre los Tokugawa y el emperador [8].
Conclusiones
Los shogunes, concientes de la peculiar naturaleza de su legitimidad ante la presencia del emperador, precisaban demostrar su fortaleza ante los enemigos políticos y militares. Buscaron consolidar su poder no sólo a través de la fuerza militar, sino también recurriendo a los símbolos exteriores y sutiles del poder, ya sea elevando grandes castillos en los que afirmaban su conexión con lo divino, ya emitiendo códigos que ojos entrenados podían interpretar.
La arquitectura del shogunato fue, entonces, expresión de su autoridad. Autoridad cuestionada en su legitimidad, en contraste con la del emperador. Y por ello precisaba de los recursos de la simbología y no sólo de la mera fuerza.
Para ello, no vacilaban en mostrarse asociados al budismo, al confucianismo o neoconfucianismo, al Shinto o a las tradiciones ancestrales de China y Japón. No era una arquitectura de simple recreación estética, de moda y refinamiento, sino de contenido y necesidad política.
Bibliografía consultada
William H. Coaldrake, Architecture and Authority in Japan. New York, Routledge, 1996.
Mikiso Hane, Breve historia del Japón. Madrid, Alianza, 2000.
Noriko Kamachi, Culture and Customs of Japan. Westport, Greenwood Press, 1999.
Karen Gerhart, The Eyes of Power. Art and Early Tokugawa Authority. Honolulu, Hawaii of University Press, 1999.
[1] Mikiso Hane, Breve historia del Japón. Madrid, Alianza, 2000. PP. 36-37.
[2] William H. Coaldrake, Architecture and Authority in Japan. New York, Routledge, 1996. P. 82
[3] Coaldrake, op. cit., p. 94.
[4] Coaldrake, op. cit., p. 96.
[5] Coaldrake, op. cit., p. 99
[8] Karen Gerhart, The Eyes of Power. Art and Early Tokugawa Authority. Honolulu, Hawaii of University Press, 1999. PP. 12-31.
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