En 1469 se unieron en matrimonio los príncipes de Castilla-León y de Aragón, que serían conocidos después como la reina Isabel y el rey Fernando. Isabel ascendió al trono en 1474, y él en 1479. Esta unión, que puso fin a las guerras que libraban entre sí, inspiró el sentimiento místico de que una España unida podía reconquistar Jerusalem en un futuro próximo. De allí que, al igual que sus predecesores, prosiguieron la reconquista del territorio ocupado por los musulmanes desde la invasión del 711. Lo que restaba incorporar era el reino de Granada, en el sur, en donde quedaba la última porción de Al Andalus. Ambos ejércitos unidos lograron la conquista de Granada en 1492 y, por consiguiente, aplicaron una rigurosa política de intolerancia religiosa hacia judíos y musulmanes. Esto significó la expulsión de todos los judíos que no aceptaban su conversión al catolicismo. Hubo quienes se convirtieron pero continuaron siendo judíos en secreto, los conocidos como marranos. Estos fueron perseguidos por
En los años previos a esta política de expulsión, hubo varias comunidades judías en los distintos reinos cristianos de la península ibérica. Unos pocos participaban en la administración financiera y eran prestamistas de las monarquías; la gran mayoría se dedicaba al pequeño comercio del vino, herrería, o eran pequeños agricultores. Si bien estas comunidades podían vivir en el seno de estos reinos,
El Edicto de Expulsión fue firmado el 31 de marzo de 1492 en la recién conquistada Granada –en donde ingresaron los reyes el 2 de enero-, y promulgado en Castilla y Aragón en abril de ese año. La fecha establecida como límite para que los judíos abandonaran ambos reinos, o bien se convirtieran en cristianos, era el 31 de julio de 1492. A los motivos religiosos, hay que sumarle la popularidad de la actitud antijudía en la población cristiana, hábilmente orquestada por las autoridades. La expulsión significó la ruina económica de muchos judíos, ya que vendían sus propiedades a bajo precio y se les prohibió llevar metales preciosos y joyas al exilio. Los precios del transporte, asimismo, subieron sustancialmente de precio. El exilio era a tierras desconocidas, con lenguas nuevas, y suponía el abandono de las tumbas en donde yacían sus antepasados. Uno de los motivos que se adujeron en el edicto de expulsión fue que los judíos podían utilizar estratagemas para debilitar la fe de los recientemente conversos, subvirtiendo y pervirtiendo a estos nuevos cristianos para llevarlos al error… [5] Al aislar a los conversos de todo contacto con rabinos y textos judíos, suponían que serían rápidamente absorbidos en la gran comunidad cristiana. Hubo muchos que optaron por la conversión al cristianismo, suponiendo que esta era una política pasajera, o bien pensaban continuar practicando su religión puertas adentro. Los conversos tenían un fuerte incentivo económico y social, ya que mantuvieron sus propiedades. El 31 de mayo se bautizó el rabino Abraham de Córdoba, ceremonia en la que estuvieron el Cardenal Mendoza y el nuncio apostólico. Otros, como el financiero Abraham Seneor y su hijo Meir, se convirtieron en presencia de los reyes católicos, y este acto lo llevó a ocupar un puesto en el Consejo Real. La situación fue extremadamente difícil, entonces, para quienes eran de las pequeñas clases medias y artesanos, que debieron partir. Se estima que unos cien mil judíos fueron a Portugal, con la esperanza de que en ese reino pudieran aguardar tiempos mejores. Allí se les impuso una exorbitante visa por ocho meses. 25 embarcaciones salieron de Cádiz en dirección al puerto de Orán, y muchos de estos emigraron después a Portugal. Una parte emigró a Marruecos, en donde no fueron bien recibidos por los judíos de Fez. Otros emigraron a Italia y a los Balcanes turcos, en la ya mencionada Tesalónica. Los judíos conversos al cristianismo podían retornar a España si demostraban su bautismo, y hubo descendientes que retornaron en los siglos XVII y XVIII, exhibiendo las actas exigidas por el Santo Oficio [6].
Los números sobre los conversos y los exiliados difieren sustancialmente, ya que las fuentes son dudosas, no habiendo estadísticas fiables. Se desconoce cuántos emigraron a Portugal y cuántos al Imperio Otomano. Son cifras que varían entre 85 mil y los 400 mil judíos en
[1] TRUXILLO, Charles A., By the sword and the Cross. The Historical Evolution of the Catholic World Monarchy in Spain and the New World, 1492-1825. Westport, Greenwood, 2001. PP. 35-39.
[2] GITLITZ, David, Secrecy and Deceit: The Religion of the Cripto-Jews. Philadelphia, The Jewish Publication Society, 1996. P. 4
[3] Ibídem, pp. 10-11.
[4] Ibídem, p. 17.
[5] ALPERT, Michael, Crypto-Judaism and the Spanish Inquisition. New York, Palgrave, 2001. P. 26
[6] Ibídem, P. 27
[7] Ibídem, P. 29
[8] NETANYAHU, B., The Marranos of Spain: From Late 14th to the Early 16th Century, According to Contemporary Hebrew Sources. New York, Cornell, 1999. P. 213.
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